domingo, 3 de julio de 2011

EL MILAGRO DE LA BATALLA DE EMPEL

Aquella mañana de diciembre del año 1585 no pintaba bien para las tropas españolas. El Tercio Viejo, bajo el mando de Francisco Arias de Bobadilla había quedado aislado entre los ríos Mossa y Waal, en la isla de Baamel, por el ejército hereje del almirante Holak.

Amberes fue rendida en agosto, y los soldados españoles que no habían sido licenciados por don Alejandro de Farnesio aquel verano, eran enviados en auxilio de algunas plazas católicas amenazadas por los malditos herejes.

Tal era el caso de la pequeña Empel. Cinco mil infantes españoles protegían la ciudad en aquellos días. Según un almirante francés:

"Cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"

Pero las tropas de Holak les superaban ampliamente en número y los españoles sufrían el acoso de su artillería. El asedio comenzaba a hacer mella entre nuestras filas. La falta alimento y el frío empeoraban el deteriorado estado de los heridos.

Holak, que ya saboreaba las mieles de la victoria, ofreció una rendición honrosa a nuestros soldados, pero el astuto Francisco Arias de Bobadilla, soldado veterano que había combatido durante veinte años por la Fe y por España, respondió de la forma en que solían expresarse nuestros héroes:

"Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación cuando hayamos muerto"

Entonces Holak puso en marcha un recurso muy habitual en la guerra de los ochenta años: mandó romper el dique del río Mossa. De esta manera, el agua inundó el campamento español, y los soldados tuvieron que refugiarse de las aguas en un pequeño alto.

En aquel reducido espacio, nuestras tropas se prepararon para combatir hasta el último aliento. Comenzaron a cavar trincheras, más bien a modo de tumbas, según decían algunos. Y en esto estaba uno de nuestros soldados cuando topó con un pequeño objeto de madera. Lo desenterró y estalló en júbilo al comprobar que se trataba de una imagen de La Virgen Inmaculada.
El entusiasmo recorrió rápidamente todo el improvisado campamento. Dispusieron un rudimentario altar con La Virgencita y una Bandera y todos entonaron una Salve.

Francisco Arias de Bobadilla arengó a sus compañeros:

"¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos, ¿queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?"
"¡Si, queremos!" Contestaron con rabia todos y cada uno de aquellos soldados hambrientos, harapientos y ateridos de frío.

Aquella noche, un viento helador y huracanado congeló las aguas del Mossa. Las tropas españolas, aprovechando que el enemigo dormía en sus barcos, marcharon sobre el hielo en silencio bajo la protección de la noche y de La Virgen Inmaculada, sorprendiendo al hereje y mandándolo al infierno, y consiguiendo así una heroica victoria que haría exclamar al almirante Holak:

"Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro"

Siglos después de aquella gesta, los historiadores y los meteorólogos continúan preguntándose cómo fue posible que en una sola noche se congelasen las aguas de río Mossa.

Y desde entonces, cada 8 de diciembre recordamos a aquellos héroes y continuamos encomendándonos a Nuestra Señora, La Virgen de la Inmaculada Concepción, patrona de Los Tercios de Flandes y de La Infantería Española.



MARIA, MADRE DE GRACIA, MADRE DE PIEDAD Y MISERICORDIA, HOY COMO AYER, PROTEGE NUESTRA PATRIA.

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