Hace setenta años el Estado Mayor del Ejército español fijaba el día D para la salida de España para combatir al comunismo de una unidad de voluntarios que, en los documentos oficiales, se denominaba División Española de Voluntarios y que José Luis de Arrese bautizó definitivamente con el nombre con el que popularmente se la conoce, la División Azul. Poco después partía otra unidad puesta en marcha por el Ejército del Aire, la Escuadrilla Azul. A lo largo de veintisiete meses de campaña (casi 25 en el frente), más cuatro de la Legión Española de Voluntarios que la sustituyó, en torno a cuarenta y seis mil hombres y 140 mujeres pasaron por sus filas. Dejaron en las frías tierras de Rusia 4.392 caídos de sus unidades de tierra, 22 hombres de la Escuadrilla Azul y algo más de un centenar de prisioneros españoles que murieron en los campos de concentración rusos, en el siniestro GULAG.
Transcurridos setenta años cabría preguntarse por el ¿por qué de la División Azul? ¿por qué fue enviada a combatir a un frente tan lejano? ¿qué utilidad tuvo su sacrificio?. Como todo el mundo sabe, la División Española de Voluntarios, surgió al impulso del sector falangista del régimen de Franco, pero, precisamente por la razón de la movilización, el deseo de luchar contra el comunismo, se convirtió en un punto de encuentro de lo que era la España de la Victoria, uno de cuyos nexos de unidad e identidad era el anticomunismo. Esa motivación le confirió la inmensa popularidad que la acompañó durante toda su historia. Constituida como una unidad del Ejército Español, hecho diferencial con respecto a otros combatientes españoles en la II Guerra Mundial, forma parte de su historia elevándose sobre posicionamientos exclusivamente conyunturales.
Miles de jóvenes secundaron voluntariamente, alistándose en la milicia falangista o en los cuarteles, el “¡Rusia es culpable!” de Serrano Suñer, entonces Ministro de Asuntos Exteriores y Presidente de la Junta Política de FET de las JONS. Lo hicieron porque la División Azul era la continuación, sublimada, de las razones que habían llevado a millones de españoles a apoyar la sublevación contra la República y a decenas de miles a combatir voluntariamente contra ella en las filas del Ejército Nacional o de las Milicias. Entre esas razones brillaba, como crisol y aglutinador, el anticomunismo. Combatir en la URSS suponía combatir al único país en el que comunismo (entonces tanto el anarquismo como el marxismo quedaban englobados en el término genérico comunismo, independientemente de que fuera libertario o no) había triunfado y actuaba como ejemplo y elemento difusor de la revolución; suponía combatir a la nación que había hecho posible la resistencia del Ejército Rojo con sus envíos de material; suponía combatir a los asesinos y los torturadores del Frente Popular y a los enemigos de la cristiandad; era un modo de hacer justicia tras las decenas de miles de asesinatos cometidos en la retaguardia republicana, tras la persecución religiosa y el inmenso expolio económico realizado por los frentepopulistas simbolizado en el famoso “oro de Moscú”. Y para eso, en la España de la Victoria, sobraban posibles voluntarios.
Ahora bien, la División Azul no fue enviada a combatir a la URSS solamente por eso. Según se prefiera, por encima o por debajo de las razones ideológicas que la sustentaban, el anticomunismo militante, aquella unidad del Ejército Español marchó a combatir al frente ruso por razones de conveniencia nacional, al servicio de la política exterior española de aquel tiempo. Eso sí, los objetivos pragmáticos de esa decisión y de la ulterior de mantenerla en el frente, pese a que se hizo visible que ya no era posible alcanzar su objetivo máximo de destruir el comunismo, sin dejar a un lado el factor ideológico, razón basal de toda la campaña, fueron adaptándose a la evolución del conflicto bélico y a lo que en cada momento era más conveniente para la política exterior española.
A mi juicio, inicialmente, la presencia de la División Azul en el frente ruso, además de hacer patente la decisión programática del régimen de combatir al comunismo, permitió a las autoridades españolas alcanzar cuatro objetivos fundamentales: primero, dar muestras fehacientes de amistad con Alemania en un momento en el que las relaciones se habían enfriado por la reiterada negativa española a entrar en la guerra y por las negociaciones económicas; segundo, alejar la posibilidad de que se pusiera en marcha la operación alemana que sobre el territorio español tenía diseñado el Alto Mando germano; tercero, demostrar la capacidad combativa del ejército español actuando así como elemento disuasorio; cuarto, en caso de que se alcanzara la que entonces parecía incuestionable victoria alemana, tener un asiento en la conferencia de paz que reordenaría el mapa colonial del mundo, quebrando el para España lesivo dominio franco-británico y consiguiendo el soñado, desde mediados del siglo XIX, imperio colonial en el norte de África así como la recuperación de Gibraltar.
A partir del verano de 1942, conforme la guerra fue cambiando de signo, especialmente cuando la posibilidad de que los aliados abrieran un segundo frente en occidente, siendo España uno de los posibles puntos de ruptura, la División Azul fue mantenida en el frente por dos razones: primera, continuar dando muestras de la capacidad combativa del ejército español y por tanto evitar la tentación alemana de cerrar el Mediterráneo en Occidente; segunda, conseguir de Alemania el envío de armamento moderno para hacer frente a una posible agresión aliada. Finalmente, la División Azul y la posterior Legión Azul que la sustituyó estarían en el frente ruso hasta octubre de 1943 y abril de 1944 respectivamente por otras tres razones: primera, seguir manteniendo un lazo de colaboración con Alemania que evitara una posible acción a la desesperada sobre España; segunda, porque Franco, la Falange y el Ejército se resistían a dejar de dar testimonio de su deseo de luchar contra el comunismo; tercera, por razones de independencia frente a las presiones aliadas que finalmente obligaron a la retirada definitiva de los combatientes españoles.
Aquellos combatientes, en su casi totalidad voluntarios, tuvieron que pagar un altísimo precio en sangre y vidas humanas para cumplir con esa misión exterior someramente descrita. Lo hicieron combatiendo con un valor, entrega y sacrificio de tal grado que admiró a toda Alemania, desde el orgulloso Führer hasta el último soldado. Tal fue la campaña de la División Azul que puede considerarse, desde el punto de vista militar, como una de las más heroicas de nuestro ejército. Queda como constancia el altísimo número de condecoraciones, españoles y alemanas, conseguidas por sus hombres. Número que pudo ser mayor y que se redujo porque la sucesión de hechos distinguidos provocó que se considerara que la concesión de tantas condecoraciones depreciaría el valor de las mismas. De todos modos, proporcionalmente es una de las unidades más condecoradas del ejército español en lo referente a las más altas recompensas: 8 Cruces Laureadas de San Fernando, 53 Medallas Militares Individuales, 2 Medallas Militares colectivas y 138 Cruces de Hierro de primera clase. Miles de voluntarios obtuvieron otras condecoraciones por hechos de guerra.
Resumir la campaña militar de los españoles en el durísimo Frente del Este en el estrecho margen de este artículo es prácticamente un ejercicio imposible. Baste decir que, frente a lo que se suele decir habitualmente, los españoles llegaron, después de ser desviados de su destino inicial, el Frente de Moscú, al Frente del Wolchow para participar en la ofensiva alemana diseñada para asegurar el cerco de Leningrado y crear una línea de invierno firme. Los españoles participaron en lo que los historiadores militares soviéticos denominaron la Batalla Thinkin-Wolchow. Cruzaron el río, establecieron una cabeza de punte y llegaron a relevar a los alemanes en Otenski-Possad, donde realizaron una heroica defensa. En aquellas operaciones dejó la vida una parte importante de la Vieja Guardia falangista de Madrid y Murcia. Allí soportaron, al otro lado de un río helado, la bajada de las temperaturas del que sería el invierno más frío desde hacía décadas, superándose los 40º bajo cero y todo ello sin equipo adecuado. Allí mostraron hasta dónde podía llegar la capacidad de resistencia de unos españoles que estaban dispuestos a defender Nowgorod, como explicara Muñoz Grandes a unos temerosos mandos alemanes, hasta la muerte. Aquellos soldados demostraron que no eran solo palabras. Así había sucedido en Udarnik donde la guarnición española fue clavada con picos al suelo, mutilando cadáveres al atravesar con ellos sus rostros aprovechando la oquedad de la boca.
A lo largo del invierno de 1941-1942 la División Azul se ganó, a fuerza de sangre y valor, la confianza de los alemanes merced a sus acciones de socorro. Sus efectivos la convertían en la última esperanza de obtener refuerzos para las unidades germanas. En enero de 1942 la Compañía de Esquiadores de la División cruzó el Ilmen, a cincuenta grados bajo cero, para liberar a los alemanes de la 290ª División cercados en Vsvad, según los norteamericanos Kleinfeld y Tambs se trata de uno de los episodios heroicos de la II Guerra Mundial. A mediados de enero la 126ª alemana perdía Teremets, el segundo Batallón del 269 fue enviado a taponar una brecha de seis kilómetros en lo que fue una auténtica carnicería, ya que ni los rusos ni la columna germano-española estuvieron dispuestos a ceder. En febrero una batería española fue enviada a reforzar a los alemanes en Podbereje. El 12 de febrero el 2º Batallón del 269 fue enviado a rescatar los alemanes de las SS y del 426º Regimiento cercados en Mal Samoschje, quedándose después de liberar a los germanos para formar parte de los ataques que la 126ª División realizó en Bol Samoschje. El 22 de febrero la 3ª Compañía del 250ª Batallón es enviada a ayudar a los alemanes en Vodoskoje. En marzo el 250º Batallón será enviado a reforzar nuevamente a la 126ª División alemana. Estas acciones fueron las que hicieron a Hitler pronunciar públicamente frases admirativas sobre los soldados españoles.
La División Azul se ganó a pulso el título de unidad de granaderos, unidad de elite del ejército alemán. Participó brillantemente en las acciones de la liquidación de la Bolsa del Wolchow. A finales del verano de 1942 fue trasladada a posiciones frente a la ciudad de Leningrado para participar en el asalto definitivo a la misma. Pero los alemanes habían llegado a su punto máximo de esfuerzo. La operación fue abandonada y los españoles se encontraron situados en uno de los posibles puntos de ruptura del frente alemán. Allí volvieron a demostrar su capacidad de combate prestando su colaboración a las fuerzas germanas que tuvieron que desbaratar la primera ofensiva soviética para intentar poner fin al cerco. Como en tantas ocasiones los españoles acudieron a reforzar a los germanos. Allá fue el Segundo Batallón del 269, a cubrirse de gloria en Posselok defendiendo los vitales altos de Sinyavino, sufriendo unas bajas que se elevaron al 95% de sus hombres, pero rechazando a un enemigo muy superior. Aún les quedaría tiempo a los divisionarios para realizar una de sus mayores gestas: detener, contra todo pronóstico, la ofensiva rusa en Krasny Bor. La División defendía uno de los puntos de ruptura escogidos por el mando soviético para lanzar la operación que permitiría acabar con el cerco de Leningrado. Pese a la abrumadora superioridad rusa los españoles aguantaron ganando un tiempo vital para que los alemanes pudieran acumular fuerzas y fijar el frente. La pugna en todo el sector norte se mantuvo a lo largo de todo un mes, después agotados, se produjo una calma relativa. Un tiempo de guerra de soportar bombardeos y golpes de mano.
Sucesivamente la División Azul estuvo mandada por los generales Muñoz Grandes y Esteban Infantes. Sin embargo, para la historia, el primero sería siempre el general de la División Azul. No podía ser de otro modo porque fue una creación suya. El general Agustín Muñoz Grandes, designado para ello personalmente por Franco, tuvo que crear una unidad muy especial cuya fuerza moral residiría en una fuerte identidad moral que le permitiera combatir en un frente durísimo, muy lejos de su patria y por razones puramente ideológicas: ni se defendía físicamente el territorio español, ni existía la amenaza directa sobre los propios, ni era posible conquista territorial alguna.
La División Azul era una unidad compuesta por: voluntarios civiles con poca o ninguna experiencia militar; un buen número de excombatientes, pero se trataba de muchachos que mayoritariamente habían estado en sectores de línea durante la guerra civil; soldados que se habían presentado voluntarios en los cuarteles pero con una escasa preparación (muchos de los voluntarios de 1942 y 1943 tenían como mucho un par de meses de instrucción de cuartel). A diferencia de otras unidades militares poseían un importante factor cualitativo que demostró su importancia a lo largo de los combates: en líneas generales se trataba de una tropa altamente motivada. El general Muñoz Grandes lo que sí hizo fue rodearse de un competentísimo equipo de jefes y oficiales con amplia experiencia de combate entre los que abundaban los condecorados, militares con más experiencia que a mayoría de los mandos alemanes. Con todo ello creó, en poco tiempo una unidad físicamente endurecida tras recorrer andando mil kilómetros y con un alto espíritu de cuerpo. También impuso el general un sistema de relevos a partir de 1942 que le permitió mantener el mismo espíritu, la misma cohesión y la misma efectividad. Los hombres cambiaban pero la unidad seguía siendo la misma y en ella los falangistas hicieron amplio proselitismo, hasta tal punto que iconográficamente era imposible distinguir a los seguidores de José Antonio de los que no lo eran. Hombres que -y no es literatura-, desde Possad a Krasny Bor, entraban en combate cantando el Cara al Sol, lo que ahogaba los gritos de combate de los soviéticos, convirtiéndose en un arma psicológica de primer orden. Esta identidad y fuerza moral es el gran secreto de la gloriosa campaña militar de la División Azul.
En el Frente Ruso aportaron una visión cristiana de la guerra. Ellos habían ido a combatir al comunismo y nada más. Así lo había precisado el propio Muñoz Grandes ante los mandos alemanes. Despreciaron las normas alemanas con respecto a la población civil, confraternizaron con ella y aliviaron sus males. Compartieron con ellos casa, reposo, mantel y medicinas porque no eran sus enemigos. Todo ello en un frente en el que abundo el rostro incivil de las guerras. Combatieron siempre bajo bandera española, bajo mando español y según las ordenanzas españolas, haciendo oídos sordos a cualquier otro planteamiento. Desde el presente, mirando hacia atrás, no cabe duda de que la División Azul sirvió a los intereses nacionales de la época y contribuyó, con su sacrificio, a mantener alejada a la nación de la guerra real. Bien merecieran pues estos combatientes el reconocimiento y la gratitud nacional.
Por: Francisco Torres