viernes, 8 de marzo de 2013

"EL ESPÍRITU SANTO Y EL PRÓXIMO CÓNCLAVE" POR ROBERTO DE MATTEI



Los ojos del mundo entero, y no solo los católicos, se dirigen en estos momentos hacia San Pedro para saber quién será el próximo Vicario de Cristo. Esta vez, la expectación que se siente en la víspera de cada Cónclave es incluso más intensa y llena de preocupación, debido a una serie de acontecimientos que han provocado consternación y confusión.


Massimo Franco escribe en el Corriere della Sera del 27 de febrero que “En el Vaticano, se está consumando el fin de un modelo de gobierno y de una concepción del Papado”, y compara las dificultades que hoy atraviesa la Iglesia con la fase final de la crisis del Kremlin Soviético. “El declive del imperio Vaticano – escribe – se está dando junto al declive de los Usa y de una Unión Europea que se encuentran en una situación de crisis demográfica y económica. Revela un modelo del Papado y de un gobierno eclesial centralizado enfrentado con una realidad fragmentada y descentralizada”. La crisis del imperio Vaticano se presenta como la de un modelo de Papado y de gobierno eclesiástico inadecuados para el mundo del siglo XXI. La única vía de salida sería un proceso de “auto-reforma” que salvaría a la institución mediante la deformación de su esencia.

En realidad, lo que está en crisis no es un gobierno “monárquico”*, lo cual está en conformidad con la Tradición de la Iglesia, sino el sistema de gobierno nacido de las reformas post-conciliares que, en los últimos 50 años, han expropiado al Papado de su autoridad soberana, para distribuir el poder entre las conferencias episcopales y una omnipotente Secretaría de Estado. Sobre todo Benedicto XVI y su predecesor, no obstante lo diferente de sus temperamentos, se convirtieron en víctimas de este mito de la colegialidad del gobierno, un mito en el que han creído sinceramente. Ellos rehusaron asumir muchas responsabilidades que podrían haber resuelto el problema de la aparente ingobernabilidad de la Iglesia. La perenne actualidad del Papado está en el carisma que le es propio: el primado de gobierno sobre la Iglesia universal, de la cual el Magisterio infalible es una expresión decisiva.

Benedicto XVI, a decir de algunos, no ha ejercido su poder de gobierno con autoridad porque es un hombre apacible y manso que no tiene ni el carácter ni la fuerza física para enfrentar esta situación de grave ingobernabilidad. El Espíritu Santo lo iluminó infaliblemente, sugiriéndole un último sacrificio, la renuncia al Papado, para salvar a la Iglesia. La gente, sin embargo, no se da cuenta hasta qué punto este argumento humaniza y seculariza la figura del Sumo Pontífice. El gobierno de la Iglesia no se basa en el carácter de un hombre sino en su conformidad con la divina asistencia del Espíritu Santo.

El Papado ha sido ocupado por hombres de espíritu imperioso y luchador como Julio II, y por hombres de temperamento apacible y amigable como Pío IX. Pero fue el Beato Pío IX, y no Julio II, quién correspondió más perfectamente a la Gracia, alcanzando la cúspide de la santidad precisamente a través de su heroico ejercicio del gobierno Papal. La idea de que un Papa débil y cansado debería renunciar no es un enfoque sobrenatural sino naturalista, porque niega la ayuda decisiva al Pontífice por parte de aquel Espíritu Santo que es indebidamente invocado. Semejante naturalismo se transforma en este punto en su más extremo opuesto: en un fideísmo de impronta pietista, para los que la intrusión del Espíritu Santo absorbe la naturaleza humana y se convierte en el factor regenerativo de la vida de la Iglesia. Se trata de herejías antiguas que todavía hoy siguen planeando precisamente en los ambientes más conservadores.

El error, cada vez más extendido, es el de pretender justificar cada decisión tomada por un Papa, Concilio o Conferencia Episcopal, según el principio de que “El Espíritu Santo siempre asiste a la Iglesia”. La Iglesia es indefectible, cierto, porque, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, “el Espíritu de Verdad (Juan 14, 17)”, ha recibido de su Fundador la garantía de que perseverará hasta el final de los tiempos en la profesión de la misma fe, de los mismos sacramentos y de la misma sucesión apostólica de gobierno. Sin embargo indefectibilidad no significa infalibilidad de todos los actos del Magisterio y de gobierno, y mucho menos la impecabilidad de la alta jerarquía eclesial.

En la historia de la Iglesia, como dijo Pío XII: “La victoria se ha alternado con el fracaso, el renacimiento con la decadencia, la confesión heroica de la fe, incluyendo el sacrificio de bienes y la propia vida con, en algunos de sus miembros, la perdición, la traición y la división. Queda claro sin ninguna ambigüedad un testimonio de la historia: portae inferi non praevalebunt (Mateo 16, 18). Pero hay también otro, y es que incluso las puertas del infierno han tenido su parte de éxito.” (Discurso Di gran cuore, 14 de septiembre de 1956). A pesar del éxito parcial y aparente del infierno, la Iglesia no es derribada ni por la persecución ni por las herejías o los pecados de sus miembros sino que al contrario recibe nueva fuerza y vitalidad de las graves crisis que la golpean.

Pero si los errores, caídas y defecciones, cuando acontecen, no deberían desanimarnos, su existencia no puede ser negada cuando ocurren. ¿Acaso fue, por ejemplo, el Espíritu Santo quién inspiró la decisión de Clemente V y sus sucesores de trasladar la sede del Papado de Roma a Avignon? Hoy día los historiadores Católicos están de acuerdo en que este fue un grave error que debilitó al Papado en el siglo XIV, allanando el camino al Gran Cisma de Occidente.

¿Fue el Espíritu Santo quién sugirió la elección de Alejandro VI, un Papa de conducta profundamente inmoral antes y después de su elección? Ningún teólogo ni ningún Católico podría sostener que los 23 cardenales que eligieron al Papa Borja fueron iluminados por el Espíritu Santo. Y si eso no sucedió en aquella elección, podemos entonces imaginar que tampoco ocurrió en otras elecciones y cónclaves que vieron la elección de Papas débiles, indignos e inadecuados para su altísima misión. Y esto sin perjuicio de la grandeza del Papado.

La Iglesia es grande precisamente porque sobrevive a las pequeñeces de los hombres. Puede por tanto ser elegido un Papa inmoral o inadecuado. Puede suceder que los cardenales del Cónclave rechacen la influencia del Espíritu Santo y que sea rechazado el Espíritu Santo que asiste al Papa para llevar a cabo su misión. Esto no significa que el Espíritu Santo haya sido derrotado por los hombres o por el demonio. Dios, y solo Dios, es capaz de sacar bien del mal y esta es la razón por la que la Providencia guía todo suceso de la historia. En el caso del Cónclave, tal como el Cardenal Journet explica en su tratado sobre la Iglesia, la asistencia del Espíritu Santo significa que incluso si la alternativa elegida es el resultado de una mala elección, existe la certeza de que el Espíritu Santo, que asiste a la Iglesia volviendo lo malo en bueno, permite que esto suceda por mas grandes y misteriosos propósitos. Pero el hecho de que Dios saque bien del mal que los hombres hacen, como sucedió con el primer pecado de Adán que fue la causa de la Encarnación del Verbo, no significa que los hombres pequen sin culpa. Se paga por cada pecado, bien en el cielo bien en la tierra.

Cada hombre, cada nación y cada asamblea eclesiástica deben corresponder a la Gracia, que para ser efectiva necesita de la cooperación de los hombres. Ante el proceso de autodemolición de la Iglesia del que habló Pablo VI no podemos quedarnos de brazos cruzados en un estado de optimismo pseudo-místico. Debemos rezar y actuar, cada cual según sus medios, de forma que esta crisis se termine y la Iglesia muestre visiblemente aquella santidad y belleza que nunca perdió y que nunca perderá hasta el final de los tiempos.

Roberto de Mattei

http://tradiciondigital.es/2013/03/06/el-espiritu-santo-y-el-proximo-conclave/

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