miércoles, 30 de junio de 2010

MIENTRAS LA MUERTE DESLIZABA PALABRAS OFIDIAS

Se llaman María y Roque. Hace unas pocas semanas, la amiocentesis reveló que Roque nacería, muy probablemente, con síndrome de Down; y a María la invitaron a abortar, la exhortaron a abortar, le auguraron una existencia infernal si no abortaba, incluso pretendieron pintarle el aborto como una solución misericordiosa para Roque, que entretanto seguía creciendo en su vientre, como un sigiloso milagro, como un carbunclo encendido que pugna por asomarse al mundo. Pero María se negó a abortar; halló la fortaleza necesaria en Ramón, su marido, que por las noches le susurraba letanías de ensimismado amor, mientras auscultaba de besos su vientre. Y juntos decidieron desoír las palabras ofidias que les prometían alevosamente una vida tranquila si borraban el futuro de Roque, juntos decidieron acompañar contra viento y marea la gestación de Roque, juntos decidieron recibirlo con emocionada y absorta gratitud, como se reciben los dones más valiosos e irrepetibles, juntos decidieron acompañar su respiración, velar su respiración, sostenerse en su respiración frágil, apenas audible, que sin embargo se bastaba para exorcizar las zozobras, como una luciérnaga exorciza las sombras. Y contaron, con trémula y febril expectación, los días que restaban para que Roque abandonara su cálido refugio y alumbrase sus vidas para siempre.
María y Ramón acaban de saber que Roque nacerá sin síndrome de Down. Nacerá sano y fuerte, gracias a que sus padres decidieron recibirlo con alborozo, cuando les advertían que nacería débil y enfermo. Y la cámara de Álvaro Ybarra estaba allí para celebrar la esperanza, para celebrar el coraje de María y Ramón, que se abrazaron intrépida y escandalosamente a la vida, mientras la muerte deslizaba palabras ofidias.


JUAN MANUEL DE PRADA

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