lunes, 20 de agosto de 2012

EL GOBIERNO DE AL-ASSAD DECIDE ARMAR A LAS MILICIAS CRISTIANAS DE SIRIA

Un oficial del Ejército tocó la puerta. En una mano traía un Kalashnikov nuevo y en la otra una caja con 90 balas. Abu Paul firmó la recepción del arma y entregó una fotocopia con su tarjeta de identidad al enviado de las fuerzas armadas. Inmediatamente se las ingenió para conseguir otras mil balas en el mercado negro. «Si a alguien se le ocurre atacar nuestra casa, es hombre muerto», repite este joven de 31 años con un Sagrado Corazón tatuado en un brazo.


Los militares repartieron «1.500 subfusiles de asalto» entre familias cristianas de Bab Touma y aquéllos que no recibieron un arma tuvieron la oportunidad de ir a solicitarla a la comisaría más próxima. Las dos condiciones exigidas por las fuerzas de seguridad eran haber cumplido el servicio militar y el compromiso de no sacar el arma de casa hasta que sea necesario. «Esto es nuevo en Damasco y se ha extendido a las aldeas de las zonas rurales donde operan milicias cristianas que apoyan al Ejército en la protección de las comunidades», asegura Abu Paul, contrariado porque «tenemos miedo de los salafistas y Occidente, en vez de ayudarnos, les da dinero para que nos asesinen, como en Irak». Junto a los cristianos, también miembros de la comunidad drusa consultados confirman el reparto de armas para la seguridad de barrios como Yaramana.

Pese a los fuertes enfrentamientos en la periferia desde enero, el reloj se paró en la capital el 18 de julio tras el atentado que costó la vida a la cúpula de seguridad. En las 72 horas posteriores, la ciudad contuvo la respiración. Las calles se vaciaron y los ciudadanos sufrieron por primera vez en sus propias calles lo que el resto del país venía padeciendo desde febrero de 2011.

Las minorías religiosas empezaron a recibir armas, en muchos casos por petición expresa de las comunidades; creció el número de puestos de control, los helicópteros comenzaron a patrullar el cielo damasceno y los tanques tomaron posiciones en zonas conflictivas. Las huellas del paso de las orugas metálicas han quedado como cicatrices en el asfalto de plazas céntricas como la de Abasiyin.

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